Las recetas mágicas no existen. El descenso de peso saludable y sostenible en el tiempo sólo es consecuencia de la incorporación de nuevos hábitos y un profundo cambio. Para alcanzar el bienestar, mediante este proceso, se requiere un fuerte compromiso con uno mismo.
En cada persona, lo corporal y lo emocional están estrechamente ligados. Para conseguir cambios legítimos y duraderos en nuestro físico es fundamental cambiar nuestra mentalidad así como la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos y con nuestro entorno.
El mundo de las emociones está íntimamente ligado al desarrollo de las obesidades. Los desórdenes emocionales suelen manifestarse en la forma de desórdenes alimenticios. Nos “tragamos” nuestros problemas, “tapamos con comida” nuestras carencias, “comemos para olvidar”. Hasta dejamos de disfrutar la comida porque nos damos cuenta de que en el acto de comer, está la clave de un conflicto que no sabemos resolver en soledad.
Es necesario dejar de “devorarse la vida” a través de la comida, para aprender a disfrutar de ambas.
Para ello, es indispensable trabajar profundamente en desarmar una serie de mitos alimenticios (“la lechuga no engorda"), conductas (“para bajar de peso hay que matarse de hambre”), prejuicios (“ya probé todas las dietas y ninguna sirve para nada”) o informaciones equivocadas (“yo tomo agua y engordo”) que tenemos muy incorporados.